La estética y la dramática son dos elementos que están tan
presentes en el deporte como la táctica o la técnica. Algo bello no da la
sensación de pertenecer al mismo lugar que algo cargado de angustia. Sin
embargo, en la conjunción de esos dos factores tan disimiles radica parte de la
magia del juego.
Se entiende por “estética” en el deporte a la belleza; a la
admiración que causa ver a personas hacer con facilidad cosas que pueden llegar
a parecer antinaturales. Por otro lado, la “dramática” está relacionada con la
angustia que genera la competencia; es esa parte intensa, emotiva y apasionante.
En el fútbol, cuando los encuentros están cargados de
intensidad, suelen ser poco vistosos. Los equipos que disputan cada pelota a
muerte, se olvidan de jugar y dejan el carácter estético de lado. Este
equilibrio solo se rompe a través de una táctica determinada, como puede ser
una pelota parada, o que se recupere lo artístico y mediante una hermosa jugada
individual se logre quebrar la estrategia rival.
Del mismo modo, cuando existe una superioridad notoria en la
cual triunfa el conjunto que hace todo de manual y se juega con la certeza de
que va a marcar al menos tres goles en cada partido, se pierde esa emoción que
envuelve al duelo. Este atractivo solo se recupera cuando por golpes propios de
las ganas, de la fuerza o de la suerte, se le puede descontar a ese equipo todo
poderoso y meterse en partido.
Como ejemplo está el partido disputado entre el Manchester
City y el Bayern München por la fase de grupos de la Uefa Champions League. En
el encuentro del pasado miércoles 2 de octubre, se vio con claridad lo que
significa la estética. El equipo de Pep Guardiola mostró una superioridad
abrumadora ante un rival de gran peso como lo es el City. Los alemanes basados
en un juego de posesión absoluta y movimiento por las bandas manejaron a
voluntad el encuentro.
Al minuto 6, Frank
Ribéry, después de un zapatazo desde fuera del área puso el 0-1 para los teutones.
Una vez confirmada la superioridad en el marcador, el Bayern se concentró en
jugar. Todos los movimientos se realizaron con tal naturalidad que parecía
fácil jugar en ese equipo. Los ingleses no podían hacerse con el balón y cuando
lo tenían, no engranaban dos pases seguidos.
Al inicio de la segunda parte, llegaron el segundo y el
tercer tanto de Müller y Robben respectivamente.
Ambos goles fueron muestra del conjunto de habilidades que posee el equipo
bávaro, enmarcadas en una táctica que era estética pura.
La dominación era tal, que en el segundo tiempo los
comentaristas llegaron a proponer al minuto 65 que se le diera una potestad especial
al árbitro. La idea basada en la autoridad que tienen los jueces del boxeo de
decretar el knock-out técnico, era que referee de fútbol pueda terminar un
partido cuando no ve reacción alguna. –Así de grave estaba la cosa- .
No obstante, en un partido en el que claramente dominó la estética,
apareció
también la dramática. Ambos técnicos metieron las tres sustituciones y
el partido cambió. Minuto 79, tras media vuelta en el borde del área del recién
ingresado Negredo, subía al electrónico él gol del honor (1-3). Minuto 86, picó
Touré Yaya de cara al gol, lo bajó el alemán Boateng, que fue expulsado, y el
City tenía un tiro libre peligrosísimo.
Las cámaras enfocaron a los hinchas que ya se iban del
estadio. Al ver la oportunidad del descuento y la búsqueda del empate con
hombre de más, junto con la ilusión de presenciar lo que sería un épico,
angustioso y eufórico final, la gente se quedó.
En el momento de dramatismo puro, el disparo, a cargo de Silva, pegó en
el travesaño; el 2-3 no llegó, y el Bayern ganó.
Fue para este caso en el momento dramático, y no en el
estético, que se vivió el máximo clímax. Pero, queda claro que en el deporte se
puede llegar a disfrutar de ambos a pesar de que parezcan estar contrapuestos.
Francisco Moreno...
...@franjavimoreno
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